De los nombres

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Una de las primeras cosas que hago cuando vuelvo es ir a la barbería dominicana en la esquina de la 107 y Amsterdam. Es una zona de viviendas sociales habitadas sobre todo por puertorriqueños y cubanos. Nada más entrar en la barbería lo asalta a uno un clamor nada anglosajón de voces conversadoras y discutidoras y estruendo de merengue:

Sé que habrá quien te diga que soy

un experto en romper corazones.

Yo soy el pálido de pelo y barba grises entre las pieles oscuras y los pelos negros rizados, rapados por la nuca y dejando mechones fantasiosos por encima. En la barbería me atiende mi peluquero de siempre, Rayvi, que lleva un diamante cuantioso y falso en el lóbulo de la oreja derecha y tiene una gran destreza recortando barbas. A lo largo de los años me ha ido contando sus peripecias de emigrante: cuando estaba solo en la ciudad, en el desconsuelo de los inviernos, cuando su esposa -“la esposa mía”-estaba arreglando los papeles para emigrar, cuando vino por fin y se encontró muy sola, cuando se quedó embarazada, cuando echaba de menos “a la mamá de ella”. Eso fue la última vez, antes del verano. Hoy le pregunto qué pasó y Rayvi me cuenta que les nació el niño y que le han puesto Bryan, “el Bryan”, dice, y saca el teléfono para mostrarme una foto antes incluso de ponerme el mandil, cuando apenas me he recostado en el sillón de la barbería. El Bryan tiene una cara negra redonda como una pelota y unas botas extraordinarias. “Yo quería regarlarle sus primeras botas al Bryan y que fueran muy buenas, para guardarlas de recueldo”. Rayvi dice recueldo y me llama profesol. Yo no le he dicho que ya no lo soy. No hay que arriesgarse a perder el respeto de un barbero una vez que se ha conquistado. En el Caribe hay una manera singular de usar los posesivos: “la esposa mía”, “el papá de nosotros”. La esposa de Rayvi se pone a “darle el seno” al Bryan y el bebé no se harta. Es un fenómeno. “Hay gente que lo mira y dice, este niño tiene por lo menos seis meses”.

Nunca le he preguntado a Rayvi de dónde viene su nombre. Los caribeños son muy particulares en esto. Rayvi lo mismo alude a un dios indígena que al hecho de que sus padres se llamen Rafael y Vicenta. Los nombres son la pedrería gratuita y vistosa de los pobres. En una escuela de Cartagena de Indias una niña me dijo dulcemente que se llamaba Leididí, y lo escribió con mucho esmero en un cuaderno rayado. Al despedirme de Rayvi de pronto me doy cuenta de lo joven que es. En nuestro mundo europeo ya no se ven padres tan jóvenes.